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Mardas ha pasado a la historia como Magic Alex, un apodo que le colocó John Lennon. Se había introducido en el círculo de los Beatles en 1966, tras poner en circulación su nothing box, una caja con luces que se encendían y se apagaban de forma aleatoria, sin posibilidad de apagarlas, supuestamente un buen complemento para los viajes con LSD.
Hasta entonces, Mardas se ganaba la vida arreglando televisores pero tenía labia y embaucó a los Beatles con sus ideas de desarrollar una pintura que cambiara de color o que invisibilizara cualquier objeto, por no hablar de un sol artificial o un campo de fuerza que rechazara a los intrusos. Algunas ocurrencias, es cierto, se adelantaban a su tiempo: estaba detrás de un teléfono que respondiera a la voz de su dueño y que identificara las llamadas entrantes; también especuló con introducir una señal inaudible que impediría que se pudieran hacer copias caseras de los discos.
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Incluso alentó a que los Beatles compraran una pequeña isla griega, para que materializaran una fantasía juvenil, a lo Guillermo Brown, de los cuatro de Liverpool. Aparentemente, no advirtieron la incoherencia (¡y el peligro!) de pasar largas temporadas viviendo bajo una dictadura de extrema derecha. Mardas aseguraba que nada había que temer: su padre era un alto funcionario de la policía y simpatizaba con los coroneles golpistas.
Inevitablemente, Magic Alex quedó en evidencia. Siempre podía alegar que estaba en fase de experimentación de sus invenciones, pero en 1968 prometió a los Beatles algo muy específico: diseñar un estudio de 72 pistas en el edificio de Apple Corps; el estándar de la industria musical eran las consolas de 8 pistas.
Cuando los Beatles entraron en aquel sótano, descubrieron que nada funcionaba, y eso que el plan original había sido reducido a una máquina de 16 pistas; el estudio ni siquiera tenía aislamiento acústico. Hubo que recurrir al fiel George Martin, bajo cuyas órdenes se instalaron dos eficientes grabadoras de 4 pistas prestadas por EMI. Con todo, Mardas se enquistó en su ficción de que Apple Electronics era una empresa prometedora; sólo fue despedido en 1969, cuando llegó Allen Klein, el implacable nuevo mánager de los Beatles.
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Mardas prefería ofertar coches nuevos de alta gama, cuyo precio se multiplicaba gracias a misteriosos procesos que garantizaban que resistirían granadas y proyectiles. Se suponía que detrás de sus negocios, con nombres como Alcom Devices, estaba el Sha de Persia, que adquirió varios modelos. Otros mandatarios fueron más desconfiados. Los guardaespaldas británicos del sultán de Omán pusieron a prueba uno de los Mercedes que Mardas había “protegido”: el vehículo explosionó. Una prueba similar, a petición del rey Husein de Jordania, reveló que no aguantaban una lluvia de balas.
Mardas desapareció en el mundo nebuloso de la seguridad privada y el antiterrorismo. Muy celoso de su reputación, emprendió querellas por difamación contra medios periodísticos en el Reino Unido y Estados Unidos que le retrataban como un estafador; en algún caso, consiguió indemnizaciones y retractaciones, alegando que él nunca había prometido aquellos fabulosos inventos (técnicamente, estaba en lo cierto: fueron los propios Beatles quienes alardearon de sus proyectos). En 2004, sacó a subasta en Christie’s algunos de los regalos de Lennon que conservaba, incluyendo dibujos y una guitarra Vox. Prometió entregar lo recaudado a organizaciones caritativas pero se perdió el rastro del dinero. elpais.com
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