sábado, 17 de octubre de 2015

El chico que jugaba a cantar


John Lennon es un músico que lleva muerto casi la misma cantidad de años que estuvo vivo. Y, considerando que sólo se dedicó a hacer música como profesional durante dos décadas –en las cuales estuvo casi cinco años alejado de la música para dedicarse por completo a su familia y la crianza de su hijo Sean–, es meritorio y necesario decir que el Beatle menos políticamente correcto hizo todo bien.

Otro punto de vista interesante –y necesario– va de la mano de su prolífico rol como autor. Con casi una veintena de discos editados (entre los publicados con The Beatles y sus trabajos solistas), es autor de varios himnos, con “Imagine” a la cabeza, que no han reparado en ninguna frontera y siguen sonando en la actualidad.

Pero es sin dudas otro concepto el que hace de John el mejor de todos: siempre le gustó incomodar. En 1973 –y durante 18 meses– llevó adelante lo que el mismo llamó “The lost weekend” (el fin de semana perdido), algo así como un tiempo para el mismo, en el cual se permitió alejarse de forma consensuada de la asfixiante relación que tenía con Yoko Ono de la mano de otra oriental, May Pang, con la que se permitió abusar de todas las drogas que atado en su casa de New York no podía probar. Ahí necesitó reinventarse. Pero, vale decirlo: ¿Cómo hace un mortal para reinventarse si antes, si en la versión primitiva de su actualidad, ha sido John Lennon? Con altura, volviendo a las raíces.

Así fue como Lennon encaró sin proponerse una trilogía de álbumes inmensamente opuestos, necesarios y nostálgicos: “Mind games” (octubre de 1973), “Walls and bridges” (octubre de 1974) y “Rock ‘n’ Roll” (febrero de 1975). En ese tiempo, y fuera del molde impuesto por Ono, Lennon se convirtió nuevamente en Lennon, se alejó un poco de la rosca política en la que se había sumergido en los tres años anteriores y se volvió pegadizo para las radios.

Con “Mind games”, Lennon ganó cantidad de críticas negativas. La prensa lo liquidó y apeló a pegarle por todos lados. Se puso en duda su capacidad para componer canciones, se le restó importancia en el suceso que había tenido con The Beatles y se dijó que aquello no pasaría nunca más. Se trataba del primer paso de un Lennon confundido, paranoico y rebasado de drogas y trasnoches.

Pero para “Walls and bridges” volvió a su infancia. “Nobody loves you (When you’re down and out)” y “Scared”, por ejemplo, conectaban perfectamente al Lennon de más de 30 pasando por momentos de confusión con el pequeño nacido en Liverpool. Contó con la ayuda de Elton John y el disco –que también fue bastante criticado–, con el paso del tiempo y en retrospectiva se convirtió en uno de los trabajos suyos más celebrados.

Y llegó el momento de grabar su propio disco de ‘oldies’, canciones que el Beatle conocía y cantaba de memoria y compiló en un mismo álbum: “Rock ‘n’ roll”. Al igual que sus antecesores, fue destruido. Se criticó la falta de originalidad de Lennon (ninguna de las canciones del álbum son de su autoría), a lo que él respondió con sarcasmo: “Algún día incluirán canciones mías en un álbum de clásicos”. Vaya si tenía razón.

Finalmente vino lo que todos saben. El asesinato a manos de Mark Chapman, los lentes manchados de sangre, la viuda que no para de cobrar regalías y se erige como un símbolo de la paz alrededor del universo pero, por sobre todo, un legado de cientos de canciones que es necesario visitar al menos una vez en la vida para entender cuál fue el génesis de tantos sonidos que llegaron más tarde.  Ignacio Merlo | notas.org.ar

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